En lugar de ver las ortigas como malas hierbas a eliminar, los jardineros las consideran como auténticas aliadas de su huerto o jardín. Aunque muchas personas corren a deshacerse de ellas por su fama de invasoras, estas plantas espinosas tienen mucho que ofrecer y pueden ser un indicador valioso de la salud del suelo.

A menudo asociadas con otros vegetales no deseados, como los dientes de león, las ortigas han ganado una mala reputación. Sin embargo, su presencia no es señal de un jardín descuidado, sino más bien de un suelo fértil y saludable. En lugar de ser un signo de abandono, las ortigas revelan que el terreno donde crecen es rico en nutrientes, especialmente en nitrógeno, que es esencial para el crecimiento de las plantas.

Este hecho no solo es interesante, sino útil. Si observas ortigas en tu jardín, puedes deducir que el suelo tiene una buena capacidad de retención de nutrientes y es perfecto para el cultivo de plantas que requieren mucho nitrógeno, como calabazas, coles, lechugas o espinacas. Además, hierbas aromáticas como el cilantro o la menta también se benefician de suelos con altos niveles de nitrógeno.

No obstante, es importante destacar que no todas las plantas disfrutan de estos suelos tan ricos en nitrógeno. Algunas especies, como los tomates, las zanahorias o las patatas, prefieren suelos menos fertilizados, ya que un exceso de este nutriente puede interferir con su desarrollo, promoviendo un crecimiento excesivo de follaje en lugar de frutos.

Lejos de ser una molestia, las ortigas pueden aportar mucho más a tu jardín. Su uso no se limita a su función como indicador de un suelo saludable. El estiércol de ortiga, obtenido a partir de sus hojas fermentadas en agua, es un excelente fertilizante natural que no solo enriquecerá tu jardín, sino que también servirá como repelente de plagas. Además, puedes incorporar las ortigas en el compost o utilizarlas en la cocina, como en sopas y pestos ricos en hierro y vitaminas.