Al PP ya solo le queda la polarización y Aznar
La batalla jurada de los populares contra el presidente del Gobierno fue iniciada desde que asumió su primera investidura en 2018. Desde entonces -y de nuevo-, todas las herramientas aznarianas han sido válidas entre los de Feijóo.

Del “váyase, señor González” de Aznar en el Congreso contra el expresidente socialista, al “váyase, convoque elecciones” que lanza Feijóo de forma reiterada contra el presidente Sánchez. Entre ambos han pasado más de treinta años. Los estrategas del PP recuperan la vieja expresión aznariana y mariana -del conocido MAR, acrónimo de Miguel Ángel Rodríguez, hoy jefe de gabinete de Ayuso- con la pretensión de establecer un falso paralelismo entre aquella época y la actualidad. El objetivo es ofrecer la imagen de un Gobierno sobrepasado por un relato convenientemente aderezado y sin un proyecto alternativo. Únicamente, el desgaste por el desgaste.
Sin embargo, este acoso y derribo que practica el PP contra el Gobierno es ya una simple copia. También sufrió terribles ataques el presidente Zapatero. Nunca se caracterizaron por la suavidad de las formas en su estrategia contra un ejecutivo presidido por un socialista. Todavía resuenan las descalificaciones que Pablo Casado —“felón”, “traidor”, “incapaz”, “mentiroso compulsivo”, “incompetente”, “mediocre”, “okupa”— se despachó contra Pedro Sánchez en 2019.
El objetivo a batir es el presidente y su Gobierno. Se la tienen jurada desde el primer momento: desde su primera investidura en 2018. Desde entonces, la campaña se ha ido intensificando y traspasando todas las líneas hasta ahora respetadas, como las que afectan al debido respeto a la familia del presidente o de cualquier político.
El aquelarre no tiene fin, aunque también bebe de las fuentes de los años 90. La obsesión enfermiza de los opositores antisanchistas se manifiesta en el zarandeo permanente y en la desestabilización política e institucional. El periodista Luis María Anson reconoció en 1998 que con la operación política y mediática contra Felipe González “se rozó la estabilidad del Estado”. El PP de hoy ha amplificado esta política nihilista, agravada por la frustración de no haber logrado la victoria esperada en las generales de 2023.
La lucha por el poder es intrínseca a una democracia, por medios legítimos de confrontación dialéctica y planteamientos de propuestas alternativas. El problema del PP es que alimenta su estrategia agonizante —por la lucha que significa la agonía— sobre el resentimiento. Y sobre él, nada bueno puede alzarse. También le ha sucedido algunas veces a la izquierda. Y es que el resentimiento destruye, agita y altera. El resentimiento desdibuja cualquier proyecto serio, nubla el entendimiento y la vista hacia el horizonte de una sociedad próspera.
El problema de la derecha es lo que el pensador conservador Roger Scrutton les atribuía a los pensadores de la nueva izquierda: la atribución de un mundo sin sentido, en el que cuentan solo las interpretaciones sesgadas, no el valor de los hechos y los datos. Todo sin conexión ni con la realidad ni con las personas singulares —votando sistemáticamente todas las medidas que favorecen a la mayoría social— y utilizando un lenguaje autorreferencial —el antisanchismo como neolengua por excelencia—.
La crispación de antes se la conoce hoy con el nombre de polarización. Ahora incentivada por un algoritmo sesgado, un modelo de sociedad que, en muchos casos, avanza hacia la insolidaridad y unas redes sociales que ni crean red ni socializan. Y en este contexto, una comunicación coherente con la realidad es la base para una política al servicio de la dignidad humana.
Desafortunadamente, es dudoso que el PP aproveche la ocasión que le brinda su congreso para definirse como partido alternativo y aclare sus relaciones con la ultraderecha de VOX. Pero, a pesar de una oposición sin orden ni concierto, nutrida de argumentos contra la persona, el presidente y su Gobierno siguen en pie, con un proyecto de modernización del país, de avance imparable basado en la prosperidad compartida, enraizada en el pilar de la protección social y un crecimiento que hoy vuelven a reconocer las instituciones europeas.