Castigo a los verdugos
Tanto Trump como Musk tiene evidente habilidad para arrastrar a las muchedumbres, que seguramente ignoraban el verdadero significado de aquellas veladas promesas que llevaron a Trump a la victoria y a la Casa Blanca.

The Wall Steet Journal ha anunciado ya que Elon Musk se dispone a abandonar en breve su función en el gobierno de los Estados Unidos, la dirección del llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE).
El multimillonario, supuestamente la persona más rica del mundo incluso después de la caída considerable de su fortuna en bolsa a raíz del caos financiero que Trump y él han contribuido a engendrar, se va al parecer con la satisfacción del deber cumplido. Su fundamentalismo liberal se debe sentir halagado por el adelgazamiento sin precedentes del Estado norteamericano, por dos vías igualmente nocivas: por una parte, se han producido despidos masivos para reducir la burocracia (lo que el trumpismo llama, de la mano de la Heritage Foundation, “el estado profundo”): decenas de miles de empleados federales, incluidos los de departamentos clave como Salud y Servicios Humanos (HHS), han sido despedidos de acuerdo con las políticas de reducción de plantilla. Lógicamente, los damnificados han recurrido judicialmente las medidas arbitrarias de que son víctimas, sin que haya todavía conclusiones definitivas. Se da por seguro que la Justicia USA minimizará eta brutalidad, aunque habrá lesiones sociales permanentes.
De otra parte, el DOGE ha cancelado numerosos programas sociales, tanto destinados a las políticas internas de integración cuanto al apoyo solidario al Tercer Mundo, en que Norteamérica ha desempeñado un papel muy relevante e ininterrumpido hasta la segunda llegada del histrión Trump a la presidencia. La precaria seguridad social de los Estados Unidos, muy lejos de disponer de un estado de bienestar a la europea, se verá todavía más deteriorada. Pero lo más sangrante es el drástico recorte de las ayudas internacionales al desarrollo, que llevará a la consunción física de millones de personas de países subdesarrollados que no tienen otro medio de subsistencia.
Musk ha impulsado, como es sabido, el cierre de la United States Agency for International Development, USAID (la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional), que se consolidó definitivamente en los años cincuenta del pasado siglo de la mano del senador John F. Kennedy, que en los sesenta envió al Congreso una propuesta de ley para el desarrollo internacional", germen de la "Ley de Asistencia Exterior" que, siendo ya presidente, fue aprobada en septiembre de 1961.
Se calcula que el recorte de las ayudas en cooperación al desarrollo norteamericanas será de unos 40.000 millones de dólares (el presupuesto de la Usaid del año pasado fue de 44.000 millones), lo que sumirá a numerosos países en situaciones catastróficas. Una de las llamadas de atención más resonantes ha sido la de Bill Gates, el fundador de Microsoft, una personalidad que en el 2000 creó una fundación que ha consumido ya 100.000 millones de dólares a los que se añadirán próximamente unos 200.000 (en ocasiones ha manifestado que legará a sus descendientes menos del 1% de su fortuna y que el resto será íntegramente donado a sus instituciones de beneficencia). Gates, que no acudió a la toma de posesión de Trump ni ha ocultado sus simpatías por el Partido Demócrata, no ha tenido pelos en la lengua y ha censurado a Elon Musk con acritud: “La imagen del hombre más rico del mundo matando a los niños más pobres del mundo no es bonita”.
El drama creado por la inhibición de los Estados Unidos en las políticas humanitarias en marcha afectará a la superviencia de grandes gruops poblacionales. La FAO acaba de publicar un informe sobre la situación mundial de las crisis alimentarias en el que asegura que en 2024 el número de personas que tuvieron que afrontar situaciones de inseguridad alimentaria fue de 295,3 millones. En países como Sudán, Yemen y Siria, la vida de la población depende directamente de estas ayudas.
Conviene sin embargo eliminar la hipocresía del análisis puesto que, al calor de Elon Musk otros países occidentales han aprovechado también la coyuntura y han rebajado sus partidas para cooperación: Francia, Suiza, Alemania y Reino Unido han seguido la misma senda, sin ocultar que la razón del descenso en algunos casos es la necesidad de elevar sus presupuestos militares, eufemísticamente llamados de defensa.
Pero el espectáculo deparado por Elon Musk es abominable. Este sujeto, poseído por un ego gigantesco, se ha dado una vuelta por las cumbres del poder, ha exhibido su dominio de la escena mediante gestos tan repulsivos como peligrosos —desde el saludo nazi al enarbolamiento de la célebre motosierra de Milei—, ha llevada a cabo una cacería social en el sector público norteamericano que deja millones de desafortunados a sus espaldas… Y ahora, cansado de ser un figurón ostentoso, se dispone regresar al frente de sus polémicas empresas, algunas de ellas dañadas por la indignación social de quienes nos hemos sublevdo ante el comportamiento indigno de este sayón malnacido, de este verdugo esquizofrénico que fabrica automóviles de dudosa reputación.
Tanto Trump como Musk tiene evidente habilidad para arrastrar a las muchedumbres, que seguramente ignoraban el verdadero significado de aquellas veladas promesas que llevaron a Trump a la victoria y a la Casa Blanca. Pero la ciudadanía más consciente no puede olvidar lo sucedido. Estos verdugos que eliminan arbitrariamente atenciones sociales e ignoran el padecimiento de los menos favorecidos deben ser sancionados, excluidos, expulsados del concierto político y social. Y sus productos y subproductos han de ser expuestos a la ira de los ciudadanos, que nunca olvidaremos que el dueño de Tesla ha condenado a la miseria y a la muerte a los más pobres del mundo. No es una metáfora ni una exageración.