El frente interno de Netanyahu: oposición, jueces y aislamiento mundial que erosionan su liderazgo
El primer ministro de Israel apuesta por una huida hacia adelante mientras se multiplican las críticas por su gestión de la guerra en Gaza. Sus socios ultras exigen más saña y la oposición, que se marche. Hasta ahora ha preferido lo primero.

El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, es recurrente al hablar de los "siete frentes" en los que hoy batalla su país, en Gaza, en Cisjordania, en Líbano, en Siria, en Yemen, en Irak y en Irán. Pero hay un octavo: el doméstico. Israel es, en sí mismo, una trinchera, una zanja abierta en la que se entremezclan el dolor, la espera y la esperanza, la impotencia, la rabia.
Es un país que perdió a 1.200 de sus ciudadanos a manos de Hamás, en sus atentados del 7 de octubre de 2023, y que vió cómo 215 de ellos eran secuestrados. A eso se suman los errores que no impidieron la mayor masacre de su historia y la gestión posterior, débil o excesiva, según quien la mire. La falta de resultados, la fragilidad del Gobierno, el empecinamiento de los dirigentes. Todo es una guerra diaria. Y Netanyahu, como premier, está en el centro.
En las últimas semanas, se ha visto presionado sobre todo desde tres flancos: el de la oposición política, el judicial y el diplomático. Cada uno a su manera, ha hecho mella, sin tumbarlo. En el primer caso, se ha producido una acumulación de críticas notable en volumen y en gravedad. El presidente del partido opositor israelí Los Demócratas, Yair Golan, se atrevió a decir que "Israel va camino de convertirse en un Estado paria, como la antigua Sudáfrica, si no se comporta como un Estado sensato". "Un Estado sensato no libra guerras contra civiles, no mata bebés por afición ni se propone deportar a una población", denunció. Nunca antes se había usado palabras de esa contundencia para criticar al Ejecutivo ultranacionalista y religioso, a excepción de ONG locales.
La temperatura subió cuando quien habló no fue ya "un izquierdista outsider" como Golan -así lo llama el Likud, el partido de Netanyahu-, sino un exprimer ministro, el centrista Ehud Olmert, concedió entrevistas a la BBC y AP en las que se mostraba contra la ampliación de la campaña en Gaza, hasta límites "nunca vistos". Habló de "palestinos inocentes" y de actos "repugnantes" e "indignantes" de Tel Aviv. "Israel está cometiendo crímenes de guerra", escribió, ya sin brida, en una tribuna en Haaretz, empleando un término tabú en el país. "Suficiente es suficiente", la tituló. Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) quieren controlar el 75% de Gaza en dos meses y, para ello, deberían concentrar a dos millones de personas en apenas tres enclaves supuestamente seguros. Más invivible aún.
En paralelo, las protestas populares de las familias de los rehenes de Hamás se han multiplicado ante el terror a no poder tener de vuelta a los suyos si se recrudece el conflicto, uniendo en ellas a los principales líderes opositores del país. La marejadilla pasó a marejada. Hasta 40 diputados votaron para forzar que el primer ministro compareciera en la Knesset (Parlamento), en la que ha dado explicaciones contadas en estos más de 600 días de guerra y el miércoles pasado se vivió una de las sesiones más tensas que se recuerdan en el hemiciclo, con gritos, insultos, palabras retiradas...
Netanyahu defendió los "logros tremendos" de su guerra, que está "transformando la faz de Oriente Medio" y "rompiendo el yugo del eje iraní". Se vanaglorió de los asesinatos de líderes de Hamás, de la devolución a sus hogares del 90% de los residentes cerca de la frontera de Gaza -los más dañados por los ataques del 7-O-, de la vuelta a casa de 197 rehenes (148 vivos), del corte en el suministro de armas a Hamás o del "cambio drástico" de la franja, sin citar las bajas, que superan ya las 54.000 según las autoridades locales, o los pactos que llevaron a las liberaciones. "Sólo la presión militar ha logrado esto", defendió. En las gradas, las familias de los secuestrados le habían dado la espalda, aunque él repetía: "Cada rehén lo es todo para mí". A los partidos críticos les decía: "Están desconectados de la realidad. ¿Viven acaso en el planeta Tierra?".

Lo jaleaban sus socios. Ahí no había preguntas sobre las pérdidas de vidas de soldados israelíes, los agujeros de inteligencia, el dinero invertido o Hamás: el propio Ejército israelí cree que tiene 40.000 combatientes en Gaza, el mismo número de antes de los ataques de 2023. Los críticos recordaban que no se han cumplido ninguno de los dos objetivos de la campaña: devolver a los rehenes a sus allegados y destruir al partido-milicia. En tromba, afearon al gabinete que no tenga "objetivos claros" ni "hitos alcanzados", que sigan al menos 58 secuestrados en suelo palestino, que haya más "inseguridad" para Israel por múltiples actores y que el "aislamiento internacional" sea creciente, como destacó por ejemplo el principal líder de la oposición y exprimer ministro, el liberal Yair Lapid.
Entre las críticas más sensibles, una de abril: la carta firmada por un millar de pilotos de las FDI contra la guerra. "En este momento, sirve principalmente a intereses políticos y personales, no a intereses de seguridad. Continuar la guerra no contribuirá a ninguno de sus objetivos declarados y conducirá a la muerte de rehenes, soldados y civiles inocentes, así como al agotamiento de los reservistas", dicen.
La Asociación por los Derechos Civiles en Israel (ACRI) destaca que, actualmente, "la legislación que está sobre la mesa en la Knesset se puede dividir en dos categorías: legislación destinada a continuar la destrucción de las instituciones democráticas y legislación que sienta las bases para un régimen autoritario". Denuncia que la erosión del sistema es notable y cita ejemplos: impuestos del 80% a ONG si les llega ayuda del exterior, cierre de medios o bloqueo de señales como pasó con Al Jazeera, privatización de prensa pública, vigilancia de la libertad de expresión en universidades, inhabilitación para candidatos y partidos árabes, más permisos policiales para usar programas espía de forma encubierta en ordenadores o teléfonos, ampliaciones de los plazos en que un detenido puede estar sin revisión judicial y sin abogado... No es sólo la guerra, es lo que conlleva.
Esta semana, Estados Unidos ha planteado una oferta de alto el fuego, en un enésimo intento de parar las armas, y la presión sobre Netanyahu se ha redoblado para que la acepte, sobre la base de retorno de rehenes con intercambio de presos y armisticio temporal, al menos. El meollo del debate está en la petición de Hamás de que haya garantías de EEUU de que hará cumplir el acuerdo, porque teme que Tel Aviv lo aprueba en una primera fase, para rescatar a los secuestrados, y luego lo vuelva a romper, como ya pasó en marzo. Entonces, algunos de sus ministros ultras abandonaron el gabinete y regresaron al quedar en nada el alto el fuego. Puede volver a pasar.
Netanyahu, hasta ahora, ha puesto por delante de las presiones de la oposición e internacionales la estabilidad de su mandato, y esa la logra contentando a los más radicales. Sin esa seguridad, puede acabar yendo a elecciones y, quizá, perdiendo el aforamiento que hoy le protege ante los casos de corrupción que le persiguen por los presuntos de soborno, abuso de confianza y fraude. Procesos que la guerra en Gaza también ha ralentizado, con anulaciones de vistas por la crisis nacional.
Las encuestas
En su comparecencia del miércoles dejó claro que no habrá adelanto electoral (se votó en noviembre de 2022, por cuatro años) porque no va a dimitir, pero que cuando llegue la hora de ir a las urnas convocará comicios, porque es un "demócrata" y no se va a escudar en la guerra, que espera que ya no exista. "La mayoría de la gente está con nosotros", no con una oposición "dispuesta a perder la guerra". "Victoria total" y "derrotismo" fueron términos recurrentes en su intervención. Las encuestas, hoy por hoy, son realmente un balagán, que se diría en hebreo. Unas le dan por perdedor y otras, por ganador.
Por ejemplo, el Canal 12 da un empate a 24 escaños entre el Likud y el nuevo partido que va a impulsar Naftali Bennett, derechista que fue líder de los colonos cisjordanos pero el mayor antagonista de Bibi en estos días. El bloque que sustenta a Netanyahu se quedaría con 48 escaños de 120 que hay en el parlamento, con un descalabro importante de sus aliados más radicales.
Sin embargo, Direct Polls sostiene que, según sus entrevistas, Netanyahu ganaría con el 53% de los votos, frente al 34% de Bennett. El bloque antiBibi se quedaría con 48 escaños, y el proBibi, con 62. A Golán, pese a su popularidad de estos días, no lo votaría más del 5%.
Más allá de la intención de voto, hay otros sondeos que revelan los posicionamientos de la sociedad israelí sobre el conflicto con Palestina y que no van, por ahora, por ceder. El 53% se opone a la entrada de ayuda humanitaria a Gaza (sólo el 34% la apoya), pese a la hambruna que pone en jaque a la población; en enero, la cifra era aún mayor, llegando al 74%. Más: el 82% de los judíos de Israel apoya la deportación forzosa de gazatíes a países árabes como Jordania o Egipto, como ha propuesto Estados Unidos, un paso que la ONU califica de limpieza étnica, pero es que el 56% aplaudiría también que fueran deportados los dos millones de árabes que hoy tienen pasaporte israelí. Otro 45% defiende que se ataque a instalaciones nucleares de Irán, incluso aunque EEUU no los apoye,
Aún así, los ciudadanos reprochan a su líder las motivaciones que le hacen actuar como actúa: un 55% de los ciudadanos cree que su primer objetivo es mantenerse en el poder, no ganar la guerra o traer a los rehenes. Si no ha habido acuerdos sobre los retenidos, dice un 53%, ha sido sobre todo por motivaciones políticas. Los líderes más valorados del país son el jefe del Estado mayor del Ejército, el presidente y la fiscal jefe. No el primer ministro.
Historia de un relevo espinoso
Una de las polémicas más serias que tiene Netanyahu ahora mismo en el despacho es la del nombramiento del nuevo director de la agencia de inteligencia interior de Israel, el Shin Bet. Ahora mismo está en el cargo Ronen Bar, quien fue despedido el 21 de marzo y, luego, anunció su marcha voluntaria para el próximo 15 de junio. La oposición y buena parte de la ciudadanía se opone porque lo considera como un castigo por la investigación del servicio de Inteligencia está llevando a cabo, en la que se atisba una presunta trama de corrupción entre el Gobierno de Israel, Qatar y la financiación del Movimiento de Resistencia Islámica, o sea Hamás.
Las indagaciones del Shin Bet, bajo mando de Bar, estaban intentando ver si el portavoz de Bibi, Eli Feldstein, y dos asesores del primer ministro, Jonathan Urich y Yisrael Einhorn, habían recibido dinero de Qatar y lo habrían inyectado a la campaña de Netanyahu. Es el llamado Qatargate. El propio premier, la semana pasada, tuvo que reconocer que hay viejos lazos con Doha, porque Tel Aviv permitió financiar a Hamás desde Qatar para dividir la causa palestina y debilitar el liderazgo de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), legítimo Gobierno de su adversario.

Con Bar ya había choque previo. Se ha enfrentado a Netanyahu y su equipo porque dice que lo avisó de los atentados de Hamás una hora antes de que ocurrieran. También ha promovido informes que señalan factores que facilitaron el ataque y a los que no se puso remedio: la acumulación de armas por parte de la milicia, la recaudación de fondos, el refuerzo final de su brazo militar o la reticencia a acciones contra sus líderes. Netanyahu, por contra, dice que perdió la confianza en este jefe de los espías domésticos el 7-O y que su relevo era forzoso, que no previno nada.
Y si Bar se va, hace falta un sustituto. El Gobierno ha elegido a David Zini. Con una larga carrera en el Ejército, forma parte de la comunidad sionista religiosa, la ultraderecha israelí, y por eso se le califica como "mesiánico". Hay dudas sobre su capacidad de liderazgo y sobre su falta de experiencia relevante para el puesto, ya que no tiene experiencia previa en el Shin Bet y apenas ha estado involucrado en labores de inteligencia. A eso se le suma la supuesta politización de su selección, por ser cercano a Bezalel Smotrich, un ultra que ejerce actualmente de ministro de Finanzas y cuyo partido tiene autoridad en el de Defensa, sobre los asuntos relacionados con los asentamientos judíos en Cisjordania ocupada.
El nuevo nombramiento se está encontrando con la censura judicial. Esta semana, la fiscal general israelí, Gali Baharav-Miara, calificó de "inválida e ilegal" la propuesta de Zini porque "ignora las determinaciones" del Tribunal Supremo, que días antes pasado declaró "ilegal" el despido de Bar. Si no hay plaza, no puede haber sustituto. La fiscal general propuso que el mandatario delegue la autoridad para proponer al próximo jefe del Shin Bet a uno de sus ministros.
La opinión de Baharav-Miara, además, es que Netanyahu no debe tomar parte en el proceso de elección de un sucesor para Bar por su conflicto de intereses, por el Qatargate, un dictamen que el primer ministro ignoró. Los ministros del Gobierno han acusado a la fiscal de querer "dañar" la seguridad de Israel. Al contrario, reclaman "eliminar los obstáculos" y acelerar el nombramiento de Zini, cuya candidatura debe ser aún ratificada por un comité.
La "incomodidad" de Trump
El frente en casa para Netanyahu se calienta aún más con el alejamiento aparente de su mayor socio de siempre, EEUU. "Los estamos perdiendo", dice Yair Lapid. "Trump está ignorando a Israel", "Los desaires de Washington", "Cansancio en la Casa Blanca", se lee en medios de todo color. Hay un cuerpo común de apoyo a Tel Aviv que es inamovible, pero ahora manda Donald Trump y, en su agenda, sus propios intereses van por encima de los de sus amigos, por mucho que lo sean. The Times of Israel, por ejemplo, dice que las últimas reuniones entre los negociadores de ambos países fueron "incómodas" esta semana precisamente porque Trump "se está impacientando" con Netanyahu. La guerra en Gaza la estorba para sus intereses -no es una cuestión de humanidad- y quiere ponerle fin ya.
Trump ha presionado por un alto el fuego en Gaza pero es que también, esta misma semana, ha reconocido que le ha pedido a Tel Aviv que se esté quieta y no ataque instalaciones nucleares de Irán, como su inteligencia dice que quiere hacer. Teme que le hunda las negociaciones para frenar el programa de enriquecimiento de uranio de los ayatolás, que no va nada mal. Muy llamativo fue que, a mediados de mayo, el norteamericano hiciese su primer viaje oficial tras su retorno a la Casa Blanca, fuera a Oriente Medio y se dejara fuera a Israel, que fue su estreno, además, en su primer mandato. El republicano visitó Arabia Saudí, Qatar y Emiratos Árabes Unidos, demostrando que tiene otros intereses en la región.
Trump ansía, sobre todo, un Oriente Medio en paz para hacer negocio. En su primer mandato lanzó los Acuerdos de Abraham, impulsados por su yerno Jared Kushner, que han permitido establecer relaciones con Israel a cuatro naciones: Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán. Su gran empeño es que entre en ese club Arabia, pero la masacre de Gaza lo hace imposible.
Durante su viaje, el norteamericano se vio con Ahmed al Shara, nuevo presidente de transición en Siria, y levantó las sanciones al país, tras la marcha del dictador Bachar Al Assad. A Al Shara, Israel lo sigue llamando "yihadista". Tel Aviv no ha dejado de atacar suelo sirio desde diciembre, cuando escapó el tirano, y ocupa una franja más allá de los Altos del Golán. Las estrenadas autoridades de Damasco no son, para Netanyahu, un interlocutor. El mandatario de EEUU ha dicho en diversas ocasiones que la nueva Siria es una oportunidad de negocio y de seguridad para su país. Que enfade a Netanyahu es lo de menos para él.
El israelí también se muerde el puño de rabia porque EEUU y los hutíes de Yemen han llegado a un acuerdo de alto al fuego, con Omán como mediador. Los bombardeos de Washington han terminado, pero no los de Israel y los del grupo afín a Irán contra su territorio. Hasta el aeropuerto Ben Gurión tuvo que cerrarse por los proyectiles. Y tampoco gusta el empeño de la Casa Blanca en reforzar la cooperación con Turquía, sobre todo en lo militar: tiene el segundo mayor ejército de la OTAN. Ankara es uno de los mayores críticos de Israel, ha financiado durante décadas proyectos en Gaza, ha permitido partir de sus puertos a la Flotilla de la Libertad y su presidente, Recep Tayyip Erdogan, ha dicho que Netanyahu, "al igual que Hitler", debe ser "frenado".

Trump se ha ido allanando el terreno en lo militar y se trajo de su gira acuerdos comerciales y planes con inversiones millonarias en energía o infraestructuras, lejos de conflictos armados. Habló de un "futuro brillante" para la región en suelo árabe, aplaudiendo un entorno "moderno y en ascenso", "donde cada persona, de diferentes naciones, religiones y credos, construyen ciudades juntas, no se bombardean mutuamente hasta destruirlas". Israel sólo apareció de pasada en su discurso. Es una nueva dinámica en la que para nada se abandonará al aliado, pero tampoco será necesariamente la prioridad total. "La sensación general es que hay un cambio de atención y de percepción de interés" hacia donde se concentra el dinero, dice el New York Times.
Los portavoces de Netanyahu insiste en decir que están "en el mismo barco, del mismo lado en los mismos temas" con EEUU, pero se ve molesto a Trump. La entrada de ayuda humanitaria en Gaza no es un gesto de buena voluntad de Israel, sino la respuesta al toque de atención que el Partido Republicano le hizo llegar ante las imágenes de niños muriendo de hambre en la franja. Tampoco gusta en Washington que Bibi no sea capaz de sacar a los rehenes de la zona, lo que explica que con sus propios medios pactase con Hamás la liberación del último norteamericano que restaba, Edan Alexander, libre desde el 12 de mayo.
Quizá lo más grueso es que Trump se ha embarcado en unas negociaciones con Irán "muy serias", que pueden acabar en la reedición del acuerdo internacional de 2015, que el propio presidente de EEUU rompió tres años más tarde, acusando a Teherán de financiar el terrorismo. Hoy Trump quiere un Irán que no llegue a tener armas nucleares, claro, que le permita meter a sus inspectores parta ver sus avances, pero que no le dé más quebraderos de cabeza y agrande su imagen de negociador, que tanto le gusta. Quiere quitarse otra amenaza de encima y cerrar capítulo. Israel no quiere.
Ya en la etapa de Joe Biden ese acuerdo estuvo a punto de repetirse, pero se fue dilatando por las objeciones de Tel Aviv, hasta que llegaron los atentados y la guerra y todo quedó en nada. ¿Quién iba a pactar con un financiador declarado de Hamás? La insistencia de querer firmar ahora es tal que ha descolocado a Israel, que hasta ahora mantenía el statu quo presionando a EEUU. Amos Harel, analista de Haaretz, dice que Washington va en serio, que Trump "está cansado de las payasadas de Netanyahu". Sin embargo, los israelíes están aún con su líder en este punto: el 45% de ellos cree que se deberían atacar instalaciones de Irán, incluso sin el apoyo de EEUU, porque son una amenaza existencial.
Aunque es mucho menor en influencia en la zona, Netanyahu también cuenta con el disgusto europeo, que ahonda su aislamiento con socios de toda la vida. Reino Unido ha anunciado las primeras sanciones por Gaza y Europa ha empezado a revisar el Acuerdo de Asociación mutio. En este junio tendrá respuestas. Londres, Canadá y Francia se plantean más acciones de presión e incluso el reconocimiento del Estado de Palestina. El 17 de junio habrá una macroconferencia en Nueva York con este fin, apadrinada por París y Riad.
Israel ha anunciado que se va a anexar el 62% de la Cisjordania ocupada que hoy domina militar y civilmente si se da ese paso y esta semana, como primera respuesta, ha aprobado 22 nuevos asentamientos en la zona, lo que supone la mayor expansión de colonias desde 1993. La ONU calcula que son entre 600.000 y 700.000 los colonos que hoy viven en suelo ocupado palestino entre Cisjordania y el este de Jerusalén. El ministro ultra Bezalel Smotrich avisa: "Con la ayuda de Dios, ampliaremos las fronteras de Israel y lograremos la redención completa y reconstruiremos el Templo de Salomón en Jerusalén". Van quemando naves y ayuda de otro tipo, ahora mismo, les falta.