El síndrome de la ropa interior limpia
Seguro que todos hemos mejorado la redacción de nuestros WhatsApps desde la publicación de los chats mantenidos entre José Luis Ábalos y Pedro Sánchez.

No sé si finalmente salimos mejores tras la pandemia, pero estoy seguro de que todos hemos mejorado la redacción de nuestros WhatsApps desde la publicación de los chats mantenidos entre José Luis Ábalos y Pedro Sánchez. En eso hemos ganado todos. Antes escribíamos de cualquier manera, “por” se convertía en “x”, “que” se convertía en “q”, desaparecían los signos de puntuación y los nombres propios perdían las mayúsculas. Pero ahora, justo en el momento en que vas a pulsar la flecha verdiblanca para enviar el mensaje, te entra un comecome. Espera. ¿Y si por lo que sea dentro de diez años aparece este mensaje en la portada de un periódico de tirada nacional? Y vuelves al texto, añades comas, quitas apócopes, le pones el signo de apertura a las interrogaciones.
Los expertos lo llaman el “síndrome de la ropa interior limpia”, en homenaje a nuestras madres, siempre atentas a que llevásemos calzoncillos y braguitas inmaculadas, no fuéramos a indisponernos en la calle y el médico que nos atendiera comprobara horrorizado el estado de nuestra ropa interior. “¡Ya dirán! Que no tienes una madre como es debido”. El SRIL me ha acompañado toda la vida. Me pongo los calcetines y descubro que asoma medio centímetro de mi pulgar derecho. Bah, ¿quién lo va a ver? Pero me imagino en la sala de reanimación de un hospital sufriendo un infarto. Me descalzan para hacerme un electro. Yo agonizo. La curva del monitor se vuelve plana. Y los médicos sólo se miran entre ellos señalando al calcetín y preguntándose si este señor no tiene una madre como es debido.
Pues lo mismo con los WhatsApps tras el tratamiento de shock de esta semana. Me escribe Marta desde el supermercado. Cree que estoy en casa y me pregunta si quedan huevos. Normalmente hubiera contestado “voy x la calle, ni idea”. Pero esta vez mi respuesta es “Amor mío, hállome caminando por la ciudad, así que, como dijo Wittgenstein, de lo que no se puede hablar mejor es callarse”. Y me imagino a un oficial de la UCO leyendo el WhatsApp y pinchando una foto de Ludwig Wittgenstein en un corcho entre una de Aldama y otra de un avión de Air Europa. Luego dibuja una interrogación en su cara de acelga con un rotulador rojo. Da dos pasos atrás y contempla el corcho en su conjunto intentando relacionar sus partes. Un nuevo WhatsApp me saca de mi ensoñación: “q si hay huevos”.
Es digna de estudio esa sensación de privacidad que tenemos cuando chateamos por WhatsApp, teniendo en cuenta que cada tecla que pulsamos queda esculpida en mármol por los siglos de los siglos en algún oscuro disco durísimo a muchos metros bajo tierra vaya usted a saber en qué continente. Contra los que defienden el poder redentor de la cultura, esta semana hemos comprobado que se puede ser tan corrupto que un político más corrupto no puede ser pensado y, a la vez, citar a Quevedo en los chats. Aprendamos la lección: cuidemos de que no haya faltas de ortografía en nuestra ropa interior y de que nuestros mensajes estén inmaculados, por si alguna vez nos da un pachungo en la calle y los médicos tienen que mirarnos el WhatsApp para ver qué nos ha pasado.
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