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El extraño 'desierto' en un popular país turístico que tiene más agua que arena

El extraño 'desierto' en un popular país turístico que tiene más agua que arena

La paradoja del “desierto acuático” se acentúa cuando se considera la historia geológica del lugar.

Desierto de TaklamakánGetty Images

Cuando se piensa en un desierto, la imagen que suele venir a la mente es la de vastas extensiones de arena, dunas ondulantes y un sol implacable. Sin embargo, en el corazón de uno de los países más visitados de Europa, existe un “desierto” que rompe con todos los esquemas tradicionales. No es un error cartográfico ni una metáfora poética: se trata de un espacio oficialmente catalogado como desierto, pero cuya característica más llamativa es la abundancia de agua.

Este fenómeno geográfico se encuentra en España, un país conocido por su diversidad de paisajes, desde las playas del Mediterráneo hasta las cumbres nevadas de los Pirineos. Pero pocos turistas que visitan la región de Castilla-La Mancha imaginan que, entre sus llanuras y campos de cultivo, se esconde un “desierto” que parece más un archipiélago interior que una zona árida. Su nombre es el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera, y su paradoja ha desconcertado tanto a visitantes como a expertos.

El Parque Natural de las Lagunas de Ruidera, situado entre las provincias de Ciudad Real y Albacete, es una joya ecológica que desafía las definiciones convencionales. Aunque el término “desierto” no aparece en su denominación oficial, ha sido calificado así en algunos estudios debido a su clima semiárido, su escasa densidad de población y su aislamiento geográfico. Sin embargo, lo que lo hace verdaderamente singular es que más del 80 % de su superficie está ocupada por cuerpos de agua: un sistema de quince lagunas interconectadas que se extienden a lo largo de más de 30 kilómetros.

Este sistema lacustre se alimenta del acuífero 24, una de las reservas subterráneas más importantes de la península ibérica. A pesar de las condiciones climáticas secas de la región, el acuífero mantiene un flujo constante que permite la existencia de estas lagunas, algunas de las cuales alcanzan profundidades considerables y albergan una biodiversidad sorprendente. Peces, aves acuáticas, anfibios y una flora adaptada a los márgenes húmedos conviven en un entorno que, a simple vista, parece más propio del norte de Europa que del interior manchego.

La paradoja del “desierto acuático” se acentúa cuando se considera la historia geológica del lugar. Hace millones de años, esta zona formaba parte de un mar interior que, al retirarse, dejó depósitos de yeso y caliza. Estos materiales, junto con la acción del agua, han dado lugar a formaciones kársticas que permiten la filtración y almacenamiento del líquido vital. Así, mientras otras regiones áridas luchan contra la desertificación, Ruidera mantiene su equilibrio hídrico gracias a un delicado sistema natural que ha resistido el paso del tiempo.

El turismo ha jugado un papel ambivalente en este enclave. Por un lado, ha contribuido a su conservación al generar conciencia sobre su valor ecológico. Por otro, la presión humana, especialmente en verano, ha puesto en riesgo la calidad del agua y la estabilidad del ecosistema. Las autoridades regionales han implementado medidas para limitar el acceso a ciertas zonas, promover el turismo sostenible y educar a los visitantes sobre la fragilidad del entorno.

A nivel científico, el caso de las Lagunas de Ruidera ha sido objeto de numerosos estudios hidrológicos y ecológicos. Investigadores de universidades españolas han analizado la dinámica del acuífero, la composición química del agua y la evolución de las especies que habitan en el parque. Uno de los hallazgos más relevantes es la capacidad del sistema para autorregularse, incluso en periodos de sequía prolongada, gracias a la interconexión entre las lagunas y los manantiales subterráneos.

El contraste entre la denominación de “desierto” y la realidad acuática del parque ha generado un debate semántico y científico. Algunos expertos argumentan que el término debería reservarse para zonas sin agua superficial, mientras que otros defienden su uso en función de criterios climáticos y demográficos. En cualquier caso, el fenómeno de Ruidera invita a replantear nuestras categorías geográficas y a reconocer que la naturaleza no siempre se ajusta a nuestras definiciones.